jueves, 12 de diciembre de 2013

Bombardeo de la mente.

Tras un tiempo sin escribir pero con las constantes ganas de hacerlo, hoy vuelvo a la senda del a escritura, la cual es sinónimo de evasión de todo lo que me rodea. Últimamente había dejado un poco de lado el aspecto más crítico que mi interior suscita, pero las circunstancias en la que me hallo así me han definido. Hoy vuelvo con ese lado más crítico que, quizás, me caracterice. El tema de hoy es simple en apariencia pero complejo en profundidad, allá va.
A lo largo de toda mi vida me he encontrado frente a una actitud reacia a la hora de entrar en las discotecas. Los motivos que me llevan a posicionarme en tal postura son varios y los iré desarrollando progresivamente a lo largo de éste escrito. Empezaré por el más turbio de todos: el sentido sexual de las discotecas.
Es evidente que la ideología de las discotecas, totalmente opuesta a la mía, tiene unos principios muy turbios ante los que, aparentemente, la sociedad española se enfrenta. Esto a lo que me refiero es el machismo. La postura que adoptan las discotecas a la hora de dejar pasar a tal persona y a tal no, es discriminatoria. De todos es sabido ese “apartheid” de sexo que desempeñan y han desempeñado desde hace unos años hasta el día de hoy. La situación es que a las personas de sexo femenino la dejan pasar con unos ciertos requisitos y no tienen que abonar nada para el uso y disfrute del determinado local. Todo eso en apariencia, pues el precio que les imponen a ellas es superior, moralmente, al que nos imponen a los hombres. El precedente que ponen para la entrada gratuita es, textualmente, “ir arreglada y muy mona, con vestido, tacones y, a poder ser, escotada”. He aquí donde se enerva mi lado crítico y me hace repudiar la actitud que en todas las discotecas se tiene. Poniendo una entrada de unos 10 euros para los chicos, a las chicas las dejan pasar gratis siempre y cuando vayan vestidas de manera que avergonzaría a cualquiera que se le exigiese vestir así. Pero en esta situación, las chicas están dispuestas a “pasar por el aro” sin pensar en si lo que les están exigiendo va contra su propia intimidad. Posteriormente, en un día normal en el que entablas conversación con cualquier mujer que asista a estos lugares, lo más probable es que te dé una charla de moralidad sobre la intimidad de las mujeres, el respeto que se les debe y demás aspectos ligados a su igualdad. Pero me surge un interrogante… Yo respeto plenamente a todas las mujeres, nadie es mejor que nadie, pero… ¿se respetan ellas mismas? Sabiendo que asisten a éstos lugares como reclamo sexual de los hombres, ¿por qué aceptan con total convencimiento que le impongan unas determinadas normas? Desde aquí me niego a que esta práctica se vea impune. Promulgando la igualdad en anuncios televisivos, manifestaciones, instituciones públicas, etcétera, pienso que el primer lugar donde debe conseguirse la igualdad y el respeto hacia la mujer es con los pequeños detalles como éstos. No dejéis que os impongan cómo vestir, no os sintáis atadas de mano, no actuéis como no queréis hacerlo y, sobre todo, no actuéis con la hipocresía de dar discursos sobre vuestra intimidad y respeto por las mañanas y por la noche cedas ante unas exigencias claramente sexistas y desigualitarias. Me repudia la actitud de las discotecas, me repudia que hagan vestirse a las mujeres de tal forma.  Me repudia que la vía para conseguir el aforo máximo sea una explotación indirecta de las mujeres, pues los hombres saben que acudir a estos establecimientos pese a que sea pagando una cantidad degradante, tienen garantizado el alegrarse “la vista”. Gran parte de la sociedad queremos iniciar un cambio hacia la igualdad, pero los cambios más significativos se consiguen con los pequeños detalles. Podréis decir que existe la libertad de tú amoldarte a vestir como te exigen o no, pero… ¿moralmente no os están imponiendo cómo vestir? Mientras puedan vetarte la entrada a un lugar por tu forma de vestir, ¿qué nivel de libertad estás teniendo? ¡No te conformes! ¡Lucha! Pues es quién lucha el único que tiene la posibilidad de vencer.
También puede dársele otro perspectivismo, en definitiva, las discotecas son un negocio en el que se pretende maximizar los beneficios. Pero desde aquí también me planteo el interrogante: ¿es ético llegar a una explotación casi explícita de la mujer para llegar a llenarse los bolsillos? Si la respuesta es afirmativa, hecho que se evidencia desde antes de su planteamiento, la moralidad de los empresarios españoles debería ponerse en duda. Pero qué voy a decir de una sociedad denigrante que ni siquiera respeta a sus ciudadanos. España va encauzada hacia un futuro oscuro y no tiene pinta de desviarse hacia otro sentido. Pero mientras haya un alma incómoda, mientras haya una cabeza pensante, mientras haya una persona con su interior incómodo con la situación y con ganas de lucha, habrá esperanza. Dejémonos de hipocresía. Dejémonos de demagogia. Empecemos a cumplir con lo que realmente sentimos y no dejemos que nos impongan algo abusivo. Que nadie luche por ti. Sé tú quien luche y quien defienda lo que de verdad te importa. Nadie te va a regalar nada.

Otro de los aspectos que me irritan es la mentalidad y actitud que las personas masculinas asistentes a este tipo de locales adquieren una vez cruzar las puertas. Sí, he dicho “personas masculinas” y no “hombres”, pues un hombre no tomaría una actitud que fuese contra la intimidad sexual de una mujer. No hay mujer o chica con la que hable que no se haya sentido invadida en estos lugares, no existe nadie de quien no hayan abusado mínimamente. Sí, puede parecer un simple toqueteo en el trasero, pero es la intimidad de la mujer la que no se está respetando y son una serie de valores sociales los que se están tirando por la borda solo por hacer la gracia. Quienes realizan esto, normalmente, no es por una satisfacción personal evidente, sino por demostrar la condición de “macho alfa” delante de su grupo de amigos. Las mujeres se sienten atacadas en este sentido y este es otro de los sentimientos que me hacen cuestionarme cómo es posible que sigan acudiendo a estos “antros” en los que, sin ellas buscarlo, las manosean y atentan contra su privacidad. Evidentemente hay quienes tienen como objetivo conseguir una satisfacción sexual en una discoteca. Esta es la visión que nos hacen tener de ellas, un local donde es fácil “pillar” algo. De todos modos, como decía anteriormente, hay mujeres a las que no les hace ninguna gracia que cualquiera con dos copas de más –o sin ellas, simplemente- venga a poner la mano donde no debiera.  Esta situación es otra que me da verdadera pena y otra por las que me siento avergonzado como “hombre”. Esa no es la conceptualización de hombre para mí y, si esa actitud es lo que define realmente a un hombre, empiezo a considerar que no soy un “hombre”. Me postulo frente a esta actitud abusiva contra la mujer. Desde aquí muestro mi rechazo y repudio. No sois hombres, pues esa no es la verdadera hombría. 

sábado, 30 de noviembre de 2013

lunes, 7 de octubre de 2013

Y cómo decirte que te quiero.

Y cómo decirte que te quiero.
Cómo decirte que te amo.
Cómo decirte que me elevas a las nubes
… sin despegar los pies del suelo.
Cómo decirte que tienes la cara más linda que he visto.
Cómo decirte que eres la mejor persona que conozco y conoceré.
Cómo decirte que estoy enamorado de ti.
Cómo decirte que sólo te quiero a ti.
Cómo decirte lo que me haces sentir en el estómago.
Cómo decirte que, desde que vi tu sonrisa, no he vuelto a ver nada tan maravilloso.
Cómo decirte que no eres una estrella
… pero brillas con luz propia.
Cómo decirte que no eres la luna
… pero tu belleza eclipsa a cualquier satélite o planeta.
Cómo decirte que no eres cualquier ángel
… pero todos ellos y todos los Dioses te envidian.
Cómo decirte que no eres un pájaro
… pero que me agarras de la mano y siento que mis pies abandonan la tierra para elevarme al cielo.
Cómo decirte esa forma que tienes de andar
… mientras te observo desde detrás y te alejas entre las calles de la ciudad.
Cómo decirte.
Cómo decirte todo lo que siento… si todo eso no cabe en un simple “Te amo”

Así que, antes de irme a dormir, no te digo que te amo. Sino que te digo todo lo que no cabe en un “Te amo”.

viernes, 6 de septiembre de 2013

365

Si hay algo que tengo claro en esta vida es la vertiginosidad que adquiere el tiempo con el paso de los años. Existe un pensamiento mientras somos niños en el que parece que podemos parar el tiempo ya que iniciamos una etapa de nuestra vida y parece que no va a acabar nunca. Pero mientras esta eterna etapa va pasando e inevitablemente vamos cumpliendo años, todo esto se invierte de la manera más cruel posible pues las etapas de las que hablo parece que se acortan aun teniendo las mismas horas. Por eso quiero expresar algo de mi vida personal, un hecho que a mis 19 años -aún- me parece sorprendente, pues desde hace unos 365 días hasta aquí puedo decir que he vivido la etapa más feliz de mi vida. La etapa de la que quiero hablar, pese a que tiene unos límites bastante difuminados, empezó en un 6 de septiembre hace 365 días. Yo conocí a la que hoy por hoy es la persona más importante de mi vida – y nunca dejará de serlo- y tuve un periodo más que oscuro con esa persona, pero tras ese periodo – que se hizo más bien eterno- llegó la claridad a mi vida, mayormente porque fue esa persona quién la trajo e iluminó el camino de mi vida. Volviendo a lo que verdaderamente interesa, fue en aquel 6 de septiembre cuando volví a rozar esa piel después de tanto tiempo, fue en ese preciso día en el que se produjo mi renacimiento, fue en aquel preciso momento, en aquella oscura noche iluminada por su presencia en la que volví a sentirme bajo el resguardo de aquellos brazos gélidos por la pequeña brisa que despierta en algunas noches de septiembre, cuando volví a sentir aquella curiosa manera en que se erizaba su piel y se acercaba a mi como buscando resguardo en el que protegerse de la suave brisa. Hacía tanto tiempo que no nos mirábamos a los ojos… pero hacía tantísimo tiempo que deseábamos hacerlo de nuevo… Y sucede que en ocasiones nos resulta imposible describir las situaciones que vivimos porque aún si la sacásemos de nuestros mejores sueños no llegarían al nivel de la realidad que hemos tenido el lujo de vivir, porque, en definitiva, los sueños no son más que unas imágenes que nuestros subconsciente nos arroja, y abrazar una imagen no proporciona la misma satisfacción que abrazar a una persona, menos aún si es aquella por la que darías tu vida. Y siempre en estas situaciones en las que te encuentras sólo frente a una persona, esa a la que ama sucede que parece que se te va a venir el cielo encima y que los nervios te impiden enlazar varias palabras seguidas, pero es que en esta ocasión el cielo no cayó sobre mí, sino que lo tenía a mi lado y estaba disfrutando de él. Y las palabras en esta ocasión salían porque no las ordenaban los nervios de mi cerebro, sino el amor de mi corazón y mi alma, como si de un hecho automatizado se tratase. Y puedes no recordar las palabras, pero da igual, da igual que fuesen las palabras más importantes que hayas dicho jamás o estuviesen vacías de sentido, el caso es que estabas con esa persona y tu corazón estaba hablando por ti, estaba transmitiendo lo que él deseaba y no lo que el cerebro dictaba, en esta ocasión se anticipó el pequeñajo este que bombea en el pecho a ese que muchas veces nos confiere los peores dolores. Y como en muchas ocasiones acontece, se da el hecho de que uno se queda con los más pequeños detalles de aquella gran noche, detalles como recordar que uno de los temas de conversación con esa persona fue imaginar que estuviese sucediendo en tu vida si en lugar de ser tú mismo, en ese mismo tiempo y espacio fueses la persona que conduce el coche que apreciáis en la lejanía y en la fresca noche veraniega, o cómo se detallaba de manera milimétrica la belleza absoluta de los astros que iluminaban aquél 6 de septiembre, pero que esa belleza, una de las mayores que ha contemplado el hombre, era la mínima parte de la que yo tenía sentada a mi lado aquel día en aquel banco de madera. Una cosa tengo clara; no quiero volver a ver las estrellas en soledad.

domingo, 4 de agosto de 2013

Relato de una vida.

En ocasiones pienso que en la vida existen “manos de adrenalina”. Puede parecer que estoy loco, pero no es así, ni mucho menos. En realidad he decidido utilizar ese término para explicar algo que me sucede y está ocurriendo en mi vida. Existen personas especiales en tu vida, unas más que otras, y siempre existe una que es la que tenemos en mente 25 horas al día. Sí, 25. Son esas personas que nunca nos abandonas pese a que no estén cerca, esas personas que habitan contigo, no por estar conviviendo contigo, sino porque un día se adentraron tanto en tu corazón que se establecieron allí sin permiso, pero somos nosotros los que dejamos que esas personas se quedasen allí, tal vez para siempre. Y bueno, se puede decir que esas personas son aquellas de las que estamos enamorados, esas de las que sólo puede haber una en tu vida y tienes claro quién es desde un principio. Pues bien, para explicar el término “manos de adrenalina” no voy a necesitar mucho, tan sólo que quien me lea tenga la suerte –o desgracia en otro caso- de conocer el amor. Las manos de adrenalina son las de esa persona que habita en tu corazón. Esas manos que has tenido la suerte de que recorran cada centímetro, no de tu cuerpo, sino de tu alma. En mi vida son manos de adrenalina porque son las que se desate una revolución en mi interior aun estando relajado. En esos momentos de calma que pasas con esa persona y por una tonta casualidad decide recorrer cada centímetro de tu espalda con sus dedos. Te hace desconectar del frío mundo en el que residimos durante unos instantes y llegar más allá, llegar a unos sentimientos que ni sospechábamos que podíamos tener. Y es que en verdad no tengo ni idea de si científicamente está comprobado que las caricias de la persona de la cual estás enamorado provocan endorfinas que nos lleven a culminar una revolución en nuestro interior. Esté comprobado o no, la experiencia personal me dice que una simple caricia, una mano recorriendo tu espalda, tu pecho o tu mejilla provoca en nosotros mismo simultáneamente dos sentimientos muy opuestos. Por un lado la relajación que se produce al estar con la persona en la que tienes depositada toda tu confianza y por otra el impulso de tu cerebro que hace que sientas estar en una caída libre infinita, una caída que no te angustia, sino que no quieres que vea su fin. Y sí, puedo decir que conozco el sentimiento de un orgasmo, para mí lo es cuando esos dedos llegan con toda la delicadeza a tu nunca y te hacen vivir. Por eso adoro las “manos de adrenalina” por eso adoro vivir situaciones como esas. Porque unas manos son suficientes para llenar toda una vida.

viernes, 3 de mayo de 2013

Mi primera vez.

Aún hoy puedo recordar aquel maravilloso día. Fue uno de mis primeros días con ella. No estuvimos juntos todo el día, pero durante el tiempo que estuve con ella, no existía nada más. Sólo podía centrarme en ella y me fascinaba la idea de poder estar a su lado, simplemente me encantaba su presencia, poder ver su bello rostro, observar cómo sonríe y quedarme como un tonto mirándola, durante minutos enteros y sentirme tras aquella sonrisa el ser más pequeño de este planeta. Esa sonrisa me iluminaba, pero no sólo a mí, me pareció que iluminaba la vida entera. Ese era el ser más precioso que había visto en mi vida y no quería apartar mi mirada de su cara, podía mirarlo sin parar y que nadie se percatase de que yo existía porque su sola presencia me parecía que llamaba la atención de todos. O quizás era lo que yo sentía. Quizás era… No sé… ¿El amor? Quizás sería que yo sólo tenía ojos para ella pero ella no parecía tenerlos para mí, o al menos no del mismo modo que yo. Y sí, puedo recordar que aquella fue mi primera vez. Supongo que a todos nos ilusiona nuestra primera vez y yo no iba a ser menos. Además, de toda la vida he sido una persona caracterizada por el arraigo de mis sentimientos, por lo que aquella situación supe desde el primer momento que quedaría guardada en mi retina, en mi caja de recuerdos, en mi memoria, dentro de mí… En mi corazón. Y así fue. Puedo recordar aquella noche con total nitidez y cómo, durante aquellos 120 minutos intenté por hacer por todos los medios algo que no me atrevía a hacer. Finalmente no conseguí mi propósito, pese a que luché incesantemente por él, pero quizás mi atrevimiento –o falta de él- me lo impidió. Y es que no supe si una acción como aquella podría parecerle a ella descabellada o fuera de contexto, pero en mi interior supe que quería hacerlo y era mi mayor sueño. Fue la confirmación de lo que durante meses estaba sospechando pero negándome a mí mismo. ¡Qué tonto! Anda que negarme la evidencia… No quería –o mejor, estaba inseguro por la magnitud del tema- pero aquella noche el mar de nubes que tenía se despejó y quedó un precioso cielo claro y azul. Un cielo de primavera. Un cielo prácticamente vestido de azul uniforme pero que se tiñe a cada decena de kilómetros de una nube blanca. Esa nube blanca representa mi inseguridad, y el resto, toda la inmensidad e infinitud azul, representaba la evidencia: estaba enamorado y no podía remediarlo. El recuerdo no me ha permitido detallar aún el momento y mostrar por qué me resultaron tan increíbles aquellos 120 minutos, los cuales, fueron mi primera vez. Para empezar, era la primera vez que me tuve que auto convencer de mi amor. Aquellas magnitudes no se podían reservar en una cajita roja del tamaño de un puño. Había que sacarlas y aceptarlas. Lo hice, lo acepté, pero nunca lo declaré. Lo acepté ante mí mismo de la manera que jamás lo había hecho, sin recordar lo que pasó con la vez anterior. Sin recordar el hueco que dejó la persona anterior. Pero no pasaba nada. Sabía la grandeza de aquél agujero, pero ella, mi nueva ella me había hecho olvidar ese hueco, lo había cubierto con cosas suyas y había proporcionado a mi persona cosas que nunca supe que podría tener y cosas de las que jamás conseguiré descubrir su verdadero valor, porque no lo tiene. Desde aquel momento supe que era la mujer de mi vida. Desde aquel momento supe que no quería a mi lado a otra persona que no fuese ella. Desde aquel momento supe que no quería dejar sentir eso que bombeaba mi corazón y me corría por las venas. Desde aquel momento supe que no quería dejar de sonreír de manera estúpida cada vez que escuchaba las pocas letras que tiene su nombre. ¡Qué pocas letras pero cuánto significado! Y sí, tiene 4 letras. Será que las cosas más importantes de la vida tienen pocas letras. El amor tiene 4 letras y podemos apreciar como todo un mundo gira y se ve movido por él. Para terminar de recordar aquellos magníficos 120 minutos… Bueno… Pese a lo que se pueda interpretar, aquellos 120 minutos que pasé junto a ella fueron de los más bonitos que había vivido hasta entonces. Fue justo lo que dura una película. Justo lo que duraba aquella película. Nuestra primera película. Una de tantas. Una de las que pudimos enterarnos de su contenido, no como ahora. Una de esas que no son románticas, pero que el hecho de verla al lado de la persona que más quieres en tu vida provoca que no la veas, sino que la vivas. Yo viví aquella película junto a ella. Toda la noche estuve intentándolo. Toda la noche estuve con la tontería de intentar rozar su piel. Toda la noche estuve poniendo mi mano de una manera en la que le resultase fácil agarrarla. Toda la noche, toda mi noche, la cual duró 120 minutos, no quise otra cosa que no fuese tener su mano fusionada con la mía y poder mirarla a la cara. Poder mirar su hermoso rostro y decirle, muy bajito, al oído, sin que nadie se enterase: Te quiero, pequeña. Pero no. No pudo ser. No pude contactar con ella. No pude acariciar su piel. No pude enredar mis dedos entre los suyos y que se formase aquella unión perfecta, sin hueco alguno, que tanto tiempo había permanecido en mi memoria. Pero no me puse triste. Aquella noche no lo merecía. Había tenido la oportunidad de vivir con ella, a su lado, a menos de 10 centímetros, uno de los momentos más sobresalientes de mi vida. Y sí. Yo no le haría sonreír. No es que fuese muy ducho en conseguirlo, pero lo que sí pude hacer fue ver su sonrisa. Pude ver cómo ella sola conseguía iluminar la tenue luz de aquella sala de cine. Pude perderme en aquella sonrisa. Pude alimentarme durante aquel momento de felicidad pura para mí. Ella parecía alegre de estar con su amigo, pero yo era feliz por estar con la persona a la que amaba. Sentimiento del que no pudo enterarse. Sentimiento que no pude expresarle. Sentimiento que creaba un miedo en mi superior al peor que hubiese sentido antes. Un miedo que tenía por un “no”. Era la primera vez que me pasaba. No soportaría tener ese “no” para toda mi vida. Era lo que más me atemorizaba. No obtuve el “no”, pero tampoco el “sí”. Al menos permaneció a mi lado. Al menos pude tenerla. Al menos no se largó… Al menos no tuve que soportar cosas peores durante aquella noche ni durante lo poco que quedaba de aquel mes. Al menos… Al menos no era de otro. El amor es egoísmo. Yo lo tenía, ¿sabéis? Pero el amor también es riesgo y a mí, en ese preciso momento, me atemorizaba el riesgo. Era una cuerda que me ataba las manos a la vez que existía una venda que tapaba mis ojos. Y por no arriesgar… No gané. Y ahora os digo… No tratéis de ocultar el amor durante mucho tiempo. Al final éste se volverá en contra tuya. Se volvió en contra mía… No lo imaginé nunca pero el guardarme ese amor me hirió por dentro. Una herida que tengo conmigo mismo. Una herida por no atreverme. Una herida por haberle quedado claro que sólo éramos amigos. Era un crío, ella más aún. Estaba enamorado. Tuve que admitirlo y sí, el amor adolescente duele. Realmente fue mi primer amor verdadero. Al lado suyo, los demás parecen irrisorios hoy en día. Ya han pasado más de 3 años de aquello. 3 duros años. ¡Vaya 3 años! ¿Sabéis qué? Aún hoy en día puedo sentir lo que sentí aquella misma noche. Justo hacia la misma persona. Estoy loco, lo sé. Pero los locos son los que verdaderamente se enamoran, ¿no?

miércoles, 1 de mayo de 2013

Poesía no poética.

El amor no tiene explicación.
La pasión no tiene explicación.
Un roce al paso.
Una mirada futiva.
El calor de unos labios.
Un corazón partido...
Se lo ha llevado.
Ella.

domingo, 28 de abril de 2013

Nobody here´s perfect.

Y sí. Lo he comprendido. Es ese justo momento en el que te desmoronas sin poder hacer nada al respecto. Ese momento en el que pones esa canción en el reproductor, oyes la letra y puede describir perfectamente lo que está sintiendo tu interior. Esto sucede mayormente cuando las cosas van mal. Nos mostramos más susceptibles a todo y por un momento pasamos a ser hiperestésicos. Todo nos afecta. Nuestra sensibilidad puede con nosotros. Cualquier tontería nos hace llorar y nos desestructuramos de una manera en la que no sabemos dónde van cada uno de nuestros componentes para, de nuevo, rehacer el puzle de nuestra vida. Es esa melodía que se introduce dentro de ti, que cada nota penetra directamente a tu corazón y tu cabeza se pregunta el porqué de toda la situación por la que estás pasando. Hay muchas veces en las que no podemos controlar nuestros sentimientos porque no somos dueños de ellos y sabemos que solamente están en manos de una persona, justo de esa persona a la que tú mismo has hecho derrumbarse. Es anecdótico cómo una persona puede hacerte cambiar tanto. Cómo alguien que acaba de entrar en tu corazón puede hacer que cosas tan simples perturben tu estado de ánimo. Cosas tales como la ausencia de un “te quiero” a lo largo de un día. Y lo que sucede es que te has ido acostumbrando a la presencia de esas dos malditas palabras desde que conoces a esa otra persona. Ahora no puedes sobrevivir sin ellas porque son tu fuente de energía, cuando la realidad es que has pasado la mayor parte de tu vida sin que nadie te las dijese y no ha ocurrido absolutamente nada. Es lo que pasa cuando sientes que una persona está dentro de tu corazón y no sólo eso, sino que tu corazón bombea la presencia de esa persona a tus venas para hacértela sentir en todo el cuerpo. Es la entrega en cuerpo y alma a la otra persona y, por una estupidez, provocas el desmoronamiento de esa otra persona, de tu otra parte, esa que sientes como si fuese tuya. Y es lo que pasa en el amor, que te enamoras y cuando haces daño a la otra parte es como si te lo hicieses a ti. Puede que lo que me ocurra a mí sea eso, pero creo que mi caso es especialmente particular. Yo cuando le hago daño a esa otra persona éste repercute en mí de una manera inimaginable. Puedo estar días enteros sin querer hacer nada pero me lo justifico… ¿Por qué? ¿Por qué has escogido esa maldita palabra? ¿Por qué has hecho ese maldito acto? ¿Por qué no le has dedicado un poco de tiempo más?... Y todo esto desemboca a una cruel pregunta que es la que verdaderamente hacen temblar los cimientos de tu construcción, los cimientos de tu vida… ¿Por qué la estás dejando escapar? ¿Por qué le haces daño? Y sigues con tu pregunta. Haces que segundo tras segundo taladre tu mente y provoque que estés destrozado y sin capacidad de reanimación, cuando no te estás dando cuenta de que justo al preguntarte eso es el momento en el que debería estar actuando, pero no, no lo estás haciendo. Estás huyendo como un mísero cobarde. Estás actuando como un ser despreciable. Le estás dando la espalda a tu vida y lo único que sucede es que el egoísmo te está cegando porque estás más pendiente de dar respuesta a tus preguntas en vez de solucionar tus errores anteriores. Como digo, hay una persona a la que siento tan dentro que es imposible sacarla ya. Una persona a la que llevo a cada milésima de segundo dentro de mí, pero una persona con la que no sé actuar como realmente merece. Que por más que doy todo de mi parte no es suficiente. Una persona que me importa más que mi propia vida pero que… Esto no sirve de nada porque no encuentro la capacidad de demostrárselo. Y es lo que pasa en el maldito amor. Sientes algo que es indescriptible, algo que no controla, algo que ni tú mismo conoces sus límites porque cada vez que piensas descubrirlos te das cuenta de que ese no es el límite. Es como si descubrieras los límites del universo pero, justo en ese momento, te dieses cuenta de que existe otro aún más grande, que le infinito se queda corto. Eso es el amor. Y el no saber transmitirlo hace que me derrumbe. Que sufra otra derrota más en mi vida. Que siga huyendo como un cobarde ante las grandes situaciones. Que aun siendo una persona enorme físicamente, me sienta como un animal recién nacido que sólo encuentra cobijo en el regazo de una madre, que fuera de este corre serios peligros y que una mínima racha de aire puede con él. Pero en realidad no sé por qué me lo pregunto tanto cuando está claro que en las peores catástrofes son las torres más grandes las que caen, las que más afectadas se ven por la tempestad. Y todo esto, unido a la ausencia del “te quiero” que recibes cada noche, hacen que definitivamente pienses: Jaque mate. ¿Pero realmente ha concluido la partida o puedes reconstruirte y demostrar tu amor?

lunes, 15 de abril de 2013

Racismo.

Todos nacemos iguales. A lo largo de la vida se nos ponen ciertas barreras a unos y otros de las que debemos ser nosotros mismos los propios artífices de su superación. Esas barreras no son, para nada, iguales para todas las personas. En el mundo que vivimos siempre han surgido diferencias que nos han hecho creernos distintos de aquellos que nos rodean. Esas diferencias son malas llevadas al fanatismo. Todos somos iguales y diferentes a la vez. Nacemos y somos iguales hasta que llega alguien que se empeña en hacernos creer diferentes. Negros y blancos. Superiores o inferiores. A lo largo de la vida se nos plantea una cuestión que nos hace reflexionar sobre quienes somos realmente y por qué otros que se hallan próximos a nosotros no son “iguales”. Cuando observamos a los niños, cuando podemos apreciar la belleza que reside en la infancia, podemos apreciar el hecho de que para los niños nadie es diferente a él. Todos se consideran iguales y rara vez tratan de imponerse los unos a los otros. Conforme ese niño crece, van surgiendo en él ciertos aspectos que le hacen cambiar su pensamiento hasta ahora concebido sobre el resto de personas. Debido a circunstancias cualesquiera, éstos pueden llegar a creerse que una persona, por no ser del mismo color que él, es diferente y, entrando en calificativos, peor. Desde ese momento nos damos cuenta de que la infancia se ha ido degradando conforme iba llegando la madurez y contemplamos como un niño feliz y que no advierte las diferencias se ha convertido en un chaval con un poder dentro de sí demasiado perturbador: El odio. Esta cualidad no se halla inherente a la persona sino que es algo que adquiere, en la mayoría de los casos, por la influencia cercana de alguien con los ideales de odio y desprecio. Es cierto que una persona en su etapa adolescente es el ser más manipulable existente, es más, desde mi perspectiva podría atreverme a decir que las personas, a la edad de los 12 o 13 años son un cúmulo de manipulaciones e influencias de quienes les rodean y aquellos a quienes aprecian o han tomado como “modelo a seguir”. Creo que eso es un error gravísimo pero inevitable. Hasta que la persona no toma autoconciencia no puede definirse su esencia y ésta peligra cuando cegado por la venda de la adolescencia obra como el burro de la fábula al cual le atan la zanahoria dentro de su campo de visión para que obedezca sumisamente. Aquí es donde residen las primeras divergencias. Debido al estatus social que nos influye desde el inicio de los tiempos, siempre se ha considerado a unas determinadas razas superiores a otras. Este hecho puede hacer que un niño se vea determinado por la manera de pensar de un padre, un hermano o cualquier persona con cierto peso en su vida. Si su mentor posee ideas en las que considera a una raza superior a otra, el niño las absorberá de forma inminente. Desde ese momento se crea un odio y una situación de superioridad que provoca que ese niño sea una amenaza para alguien que, sin habérselo planteado el mismo, es igual que él, una persona. Un cantante reputado y al que tengo en alta estima afirmaba en una de sus canciones algo en lo que me encuentro plenamente de acuerdo con él. Su afirmación era: “Sólo una raza, la raza humana.”. Y sucede que en multitud de ocasiones se toma la diferencia racial como factor determinante para iniciar un conflicto. El odio que reside dentro de aquellos que creen ser superiores ante gente de otro color provoca que la diferencia se refleje en guerras o índices de violencia callejera que atemorizarían a cualquiera. En muchas ocasiones, el racismo va ligado a otros odios tales como el machismo, la homofobia o el producido por las creencias religiosas. En este mundo, por desgracia, predomina más el odio que el amor. Diariamente se puede reflejar en los noticiarios sin que falle día alguno en que las noticias de odio y conflictos de cualquier tipo dobleguen a las noticias “buenas”. No me cabe duda alguna de que el hombre es bueno por naturaleza y el obrar bien hace que se encuentre en una situación de bienestar personal, pero detrás existe un fuerte impulso o una creencia que provoca que el obrar bien esté mal visto. Esto puedo observarlo sobre todo en mi país, España, en el que cualquiera que tenga la oportunidad de hacer daño a otro, sea como sea, tratará de hacerlo por la mera satisfacción de creerse superior. Y es que esto que ocurre provoca que la sociedad se encuentre en un constante retroceso. A lo largo de la historia se han dado conflictos por la dominación de la tierra. Desde que en el inicio del hombre existiesen las fronteras, las diferencias han sido más notorias. Mi reflexión ante todo esto, ante las guerras histórica por ampliar las fronteras de un país me llevan a un enorme sentimiento de intranquilidad y preocupación. Y, en definitiva, ¿qué son las fronteras? Las fronteras son creaciones del hombre para establecer dentro de ellas el poder del más fuerte. Al viajar se puede apreciar que estas barreras que separan a las naciones no son más que líneas imaginarias y que, por muchas naciones que separen, no pueden separar algo que todos tenemos en común: somos personas. El único objetivo de las fronteras es incrementar el odio por ser de una nación o de la rival, pero, españoles y franceses, rusos y estadounidenses, iraquíes o palestinos, todos tenemos algo que nos une. No entiendo como en el siglo XXI sigan existiendo esas barreras y que el hombre no sea capaz de derribarlas ya que para hacerlo, la única fuerza que requiere emplearse es la intelectual. Desde aquí insto que derribemos ese muro al igual que se derribó el muro que separaba Berlín en dos Alemanias radicalmente distintas. Que nadie te haga creer inferior, no lo eres. Creo que el mundo debería tomar conciencia de la grave situación a la que puede llevar el odio por ser diferente y luchar contra él. La vida es un derecho y, no sólo esto, sino que la vida es un derecho para todos y nadie debería estar sometido al prójimo. No seamos egoístas luchando sólo por lo nuestro. Demostremos que esto nos atañe a todos y que no vale estar callado más tiempo. Unámonos para luchar por los derechos de aquel a quien tenemos al lado y que es igual que el resto pese a que las circunstancias históricas les haga creer lo contrario. Si en millones de años esta diferencia sigue patente es porque el ser humano es el más ignorante de los seres. No es tan difícil. Como dijo Nelson Mandela: “La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo.”