domingo, 28 de abril de 2013

Nobody here´s perfect.

Y sí. Lo he comprendido. Es ese justo momento en el que te desmoronas sin poder hacer nada al respecto. Ese momento en el que pones esa canción en el reproductor, oyes la letra y puede describir perfectamente lo que está sintiendo tu interior. Esto sucede mayormente cuando las cosas van mal. Nos mostramos más susceptibles a todo y por un momento pasamos a ser hiperestésicos. Todo nos afecta. Nuestra sensibilidad puede con nosotros. Cualquier tontería nos hace llorar y nos desestructuramos de una manera en la que no sabemos dónde van cada uno de nuestros componentes para, de nuevo, rehacer el puzle de nuestra vida. Es esa melodía que se introduce dentro de ti, que cada nota penetra directamente a tu corazón y tu cabeza se pregunta el porqué de toda la situación por la que estás pasando. Hay muchas veces en las que no podemos controlar nuestros sentimientos porque no somos dueños de ellos y sabemos que solamente están en manos de una persona, justo de esa persona a la que tú mismo has hecho derrumbarse. Es anecdótico cómo una persona puede hacerte cambiar tanto. Cómo alguien que acaba de entrar en tu corazón puede hacer que cosas tan simples perturben tu estado de ánimo. Cosas tales como la ausencia de un “te quiero” a lo largo de un día. Y lo que sucede es que te has ido acostumbrando a la presencia de esas dos malditas palabras desde que conoces a esa otra persona. Ahora no puedes sobrevivir sin ellas porque son tu fuente de energía, cuando la realidad es que has pasado la mayor parte de tu vida sin que nadie te las dijese y no ha ocurrido absolutamente nada. Es lo que pasa cuando sientes que una persona está dentro de tu corazón y no sólo eso, sino que tu corazón bombea la presencia de esa persona a tus venas para hacértela sentir en todo el cuerpo. Es la entrega en cuerpo y alma a la otra persona y, por una estupidez, provocas el desmoronamiento de esa otra persona, de tu otra parte, esa que sientes como si fuese tuya. Y es lo que pasa en el amor, que te enamoras y cuando haces daño a la otra parte es como si te lo hicieses a ti. Puede que lo que me ocurra a mí sea eso, pero creo que mi caso es especialmente particular. Yo cuando le hago daño a esa otra persona éste repercute en mí de una manera inimaginable. Puedo estar días enteros sin querer hacer nada pero me lo justifico… ¿Por qué? ¿Por qué has escogido esa maldita palabra? ¿Por qué has hecho ese maldito acto? ¿Por qué no le has dedicado un poco de tiempo más?... Y todo esto desemboca a una cruel pregunta que es la que verdaderamente hacen temblar los cimientos de tu construcción, los cimientos de tu vida… ¿Por qué la estás dejando escapar? ¿Por qué le haces daño? Y sigues con tu pregunta. Haces que segundo tras segundo taladre tu mente y provoque que estés destrozado y sin capacidad de reanimación, cuando no te estás dando cuenta de que justo al preguntarte eso es el momento en el que debería estar actuando, pero no, no lo estás haciendo. Estás huyendo como un mísero cobarde. Estás actuando como un ser despreciable. Le estás dando la espalda a tu vida y lo único que sucede es que el egoísmo te está cegando porque estás más pendiente de dar respuesta a tus preguntas en vez de solucionar tus errores anteriores. Como digo, hay una persona a la que siento tan dentro que es imposible sacarla ya. Una persona a la que llevo a cada milésima de segundo dentro de mí, pero una persona con la que no sé actuar como realmente merece. Que por más que doy todo de mi parte no es suficiente. Una persona que me importa más que mi propia vida pero que… Esto no sirve de nada porque no encuentro la capacidad de demostrárselo. Y es lo que pasa en el maldito amor. Sientes algo que es indescriptible, algo que no controla, algo que ni tú mismo conoces sus límites porque cada vez que piensas descubrirlos te das cuenta de que ese no es el límite. Es como si descubrieras los límites del universo pero, justo en ese momento, te dieses cuenta de que existe otro aún más grande, que le infinito se queda corto. Eso es el amor. Y el no saber transmitirlo hace que me derrumbe. Que sufra otra derrota más en mi vida. Que siga huyendo como un cobarde ante las grandes situaciones. Que aun siendo una persona enorme físicamente, me sienta como un animal recién nacido que sólo encuentra cobijo en el regazo de una madre, que fuera de este corre serios peligros y que una mínima racha de aire puede con él. Pero en realidad no sé por qué me lo pregunto tanto cuando está claro que en las peores catástrofes son las torres más grandes las que caen, las que más afectadas se ven por la tempestad. Y todo esto, unido a la ausencia del “te quiero” que recibes cada noche, hacen que definitivamente pienses: Jaque mate. ¿Pero realmente ha concluido la partida o puedes reconstruirte y demostrar tu amor?

lunes, 15 de abril de 2013

Racismo.

Todos nacemos iguales. A lo largo de la vida se nos ponen ciertas barreras a unos y otros de las que debemos ser nosotros mismos los propios artífices de su superación. Esas barreras no son, para nada, iguales para todas las personas. En el mundo que vivimos siempre han surgido diferencias que nos han hecho creernos distintos de aquellos que nos rodean. Esas diferencias son malas llevadas al fanatismo. Todos somos iguales y diferentes a la vez. Nacemos y somos iguales hasta que llega alguien que se empeña en hacernos creer diferentes. Negros y blancos. Superiores o inferiores. A lo largo de la vida se nos plantea una cuestión que nos hace reflexionar sobre quienes somos realmente y por qué otros que se hallan próximos a nosotros no son “iguales”. Cuando observamos a los niños, cuando podemos apreciar la belleza que reside en la infancia, podemos apreciar el hecho de que para los niños nadie es diferente a él. Todos se consideran iguales y rara vez tratan de imponerse los unos a los otros. Conforme ese niño crece, van surgiendo en él ciertos aspectos que le hacen cambiar su pensamiento hasta ahora concebido sobre el resto de personas. Debido a circunstancias cualesquiera, éstos pueden llegar a creerse que una persona, por no ser del mismo color que él, es diferente y, entrando en calificativos, peor. Desde ese momento nos damos cuenta de que la infancia se ha ido degradando conforme iba llegando la madurez y contemplamos como un niño feliz y que no advierte las diferencias se ha convertido en un chaval con un poder dentro de sí demasiado perturbador: El odio. Esta cualidad no se halla inherente a la persona sino que es algo que adquiere, en la mayoría de los casos, por la influencia cercana de alguien con los ideales de odio y desprecio. Es cierto que una persona en su etapa adolescente es el ser más manipulable existente, es más, desde mi perspectiva podría atreverme a decir que las personas, a la edad de los 12 o 13 años son un cúmulo de manipulaciones e influencias de quienes les rodean y aquellos a quienes aprecian o han tomado como “modelo a seguir”. Creo que eso es un error gravísimo pero inevitable. Hasta que la persona no toma autoconciencia no puede definirse su esencia y ésta peligra cuando cegado por la venda de la adolescencia obra como el burro de la fábula al cual le atan la zanahoria dentro de su campo de visión para que obedezca sumisamente. Aquí es donde residen las primeras divergencias. Debido al estatus social que nos influye desde el inicio de los tiempos, siempre se ha considerado a unas determinadas razas superiores a otras. Este hecho puede hacer que un niño se vea determinado por la manera de pensar de un padre, un hermano o cualquier persona con cierto peso en su vida. Si su mentor posee ideas en las que considera a una raza superior a otra, el niño las absorberá de forma inminente. Desde ese momento se crea un odio y una situación de superioridad que provoca que ese niño sea una amenaza para alguien que, sin habérselo planteado el mismo, es igual que él, una persona. Un cantante reputado y al que tengo en alta estima afirmaba en una de sus canciones algo en lo que me encuentro plenamente de acuerdo con él. Su afirmación era: “Sólo una raza, la raza humana.”. Y sucede que en multitud de ocasiones se toma la diferencia racial como factor determinante para iniciar un conflicto. El odio que reside dentro de aquellos que creen ser superiores ante gente de otro color provoca que la diferencia se refleje en guerras o índices de violencia callejera que atemorizarían a cualquiera. En muchas ocasiones, el racismo va ligado a otros odios tales como el machismo, la homofobia o el producido por las creencias religiosas. En este mundo, por desgracia, predomina más el odio que el amor. Diariamente se puede reflejar en los noticiarios sin que falle día alguno en que las noticias de odio y conflictos de cualquier tipo dobleguen a las noticias “buenas”. No me cabe duda alguna de que el hombre es bueno por naturaleza y el obrar bien hace que se encuentre en una situación de bienestar personal, pero detrás existe un fuerte impulso o una creencia que provoca que el obrar bien esté mal visto. Esto puedo observarlo sobre todo en mi país, España, en el que cualquiera que tenga la oportunidad de hacer daño a otro, sea como sea, tratará de hacerlo por la mera satisfacción de creerse superior. Y es que esto que ocurre provoca que la sociedad se encuentre en un constante retroceso. A lo largo de la historia se han dado conflictos por la dominación de la tierra. Desde que en el inicio del hombre existiesen las fronteras, las diferencias han sido más notorias. Mi reflexión ante todo esto, ante las guerras histórica por ampliar las fronteras de un país me llevan a un enorme sentimiento de intranquilidad y preocupación. Y, en definitiva, ¿qué son las fronteras? Las fronteras son creaciones del hombre para establecer dentro de ellas el poder del más fuerte. Al viajar se puede apreciar que estas barreras que separan a las naciones no son más que líneas imaginarias y que, por muchas naciones que separen, no pueden separar algo que todos tenemos en común: somos personas. El único objetivo de las fronteras es incrementar el odio por ser de una nación o de la rival, pero, españoles y franceses, rusos y estadounidenses, iraquíes o palestinos, todos tenemos algo que nos une. No entiendo como en el siglo XXI sigan existiendo esas barreras y que el hombre no sea capaz de derribarlas ya que para hacerlo, la única fuerza que requiere emplearse es la intelectual. Desde aquí insto que derribemos ese muro al igual que se derribó el muro que separaba Berlín en dos Alemanias radicalmente distintas. Que nadie te haga creer inferior, no lo eres. Creo que el mundo debería tomar conciencia de la grave situación a la que puede llevar el odio por ser diferente y luchar contra él. La vida es un derecho y, no sólo esto, sino que la vida es un derecho para todos y nadie debería estar sometido al prójimo. No seamos egoístas luchando sólo por lo nuestro. Demostremos que esto nos atañe a todos y que no vale estar callado más tiempo. Unámonos para luchar por los derechos de aquel a quien tenemos al lado y que es igual que el resto pese a que las circunstancias históricas les haga creer lo contrario. Si en millones de años esta diferencia sigue patente es porque el ser humano es el más ignorante de los seres. No es tan difícil. Como dijo Nelson Mandela: “La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo.”